4 abr 2012

El mar nunca descansa...

Parece —por momentos, aunque sea durante unos pocos segundos— que estoy por alcanzarte. Cuando la fuerza de las olas me empujan hacia la orilla, siento que puedo llegar a tocarte. Pero luego el impulso se debilita, las olas pierden su energía y me freno a unos escasos centímetros de tus dedos. Por más esfuerzo que haga, no puedo evitar alejarme y retrocedo todo lo avanzado, apartándome sin siquiera haberte rozado. Luego el destino juega con mis sentimientos, me ilusiona nuevamente y emprendo otro viaje con las olas, únicamente para estar a punto de acariciarte, fracasar en el intento y volver mi recorrido. Me alejo forzosamente mientras la espuma se ríe de mi desgracia y la arena se ahoga a carcajadas. Las esperanzas vuelven a encenderse una y otra vez, y la cantidad de intentos son proporcionales a las desilusiones. Maldita suerte la mía, al saber que el mar nunca descansa.


[W. Giulietti: La insistencia involuntaria]

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