20 jul 2012

...y sucedió...





"...hacía rato que te sentía ya perfectamente mía y sabía que en tu percepción yo era también espléndidamente tuya. Porque tus dedos habían comenzado también su ronda, habían iniciado su galante baile por los surcos de mi piel y en la tensión que de mi excitación se desprendía tu felicidad redescubría la fogosidad del querer. De tu mente brotaron bellas palabras, frases que murmuraste allá donde tus sensaciones te llevaron y que tradujeron mi belleza, reafirmaron tu amor y prometieron mil sueños. En tus oídos sonó mi respirar y mi suspirar reposó la constatación de mi total entrega. Y sentiste como te embriagabas: una exquisita mezcla de olores se desprendió de mí y te envolvió con un manto etéreo aliñado con mi esencia, acicalado con mi colonia y aderezado con mi sudoroso deseo. Y en tu tarea de conocerme y poseerme no hubo un solo espacio, un solo punto, una sola célula periférica de mi cuerpo que no fuera visitado, sentido, saludado, acariciado y amado.
 
Y hacía rato también que me sentías ya perfectamente tuya y sabías que en mi percepción tú eras espléndidamente mía. Muchas veces suele ocurrir que lo que sucede pasa sin que en las intenciones se programe su paso. Sin prisas, sin egoístas pretextos, dos cuerpos deseaban descubrirse y en un camino donde las pieles proyectaban rozarse los envoltorios fueron cayendo en la arena sin casi darse cuenta. Y en la desnudez pudimos concertar todas aquellas citas que nuestros sentires anhelaban. Y luego sucedió. Nuestros cuerpos, nuestros sentidos, nuestros corazones y nuestras almas dieron la esperada orden que debía abrir la puerta de la comunión absoluta. Y todas aquellas maravillosas sensaciones que en las antesalas del sublime placer experimentamos nos condujeron inevitablemente a compartir el hueco donde todos los sentidos encuentran su gloria en un fregado vaivén que en el amor descubre el supremo éxtasis. Entré en tu ser y al hacerlo supe que me había clavado en tu vida para siempre, y al hacerlo tú supiste que te grababas en mi existencia para toda la eternidad.
 
Y con el paso de los besos, con el trabajo de las caricias y los avisos de los suspiros, con los cuchicheos de los  “te amo” y el sisear de muchos “vida mía” nuestro apoteósico paseo por el palacio de los amantes entregados nos condujo al unísono, a través del clímax donde la pasión levanta su reino, al trono donde las exclamaciones se abrazan y la felicidad esconde sus penas en un grito triunfante. Por unos instantes, te lo juro, me sentí la reina del universo, la mujer más feliz de la Tierra. Y tú fuiste mi reina, la diosa poderosa que supo entregar su cuerpo y su espíritu en una ceremonia donde los sentimientos y los pensamientos coronaron al corazón como jefe supremo de toda razón de existir. Por primera vez pude tenerte, pude sentir lo que en el respeto quise guardarme sólo para mí. Pero quizás no supe. O quizás no pude. ¿O quizá sí?

Y sucedió. Y aunque sólo fuera un sueño te juro que fue tan real y glorioso que el despertar del nuevo día que truncó mi dormir no pudo robarme la sensación que aquella había sido, seguramente, la noche más feliz de todas. Y cuando salí a la calle, aquella mañana, miré de reojo al sol y me pareció descubrir en este una muestra de rabia por lo que se había perdido, un atisbo de envidia por lo que no había vivido. Porque anoche, mi amor, estuvimos tú y yo en la playa..."



[ A la luna, a ti, mi cielo ]

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