24 abr 2013

Uno mismo...


Es difícil mirar las cosas con amor y no ver borroso. Es difícil convivir en ese estado mental que se bate entre las interioridades que rechazan la soledad y las exterioridades que no son más que prótesis bien acompañadas. Estamos rodeados de un presente misarable que se pelea cada día, cada noche, con la sonrisa. Con esa sonrisa. Tú ya sabes a cual me refiero. Ojalá el día explotara con la alegría de tus ojos. Y no quedara nada. Sería un final precioso. Y extraño. Como mi lucha diaria. Contra crecer. Contra dejar de ser una niña. Contra todo y contra nada. Pero sobre todo contra mí.
A pesar de todo a veces logro vencer la timidez y decirle que le quiero. Que en realidad eso es lo más importante. Pero no. Vencer la timidez no lo es todo. Intentarlo y no conseguirlo te hace sentir idiota ante el mundo. Aunque lo cierto es que todo el mundo parece idiota. Y lo es, lo somos. Pero también es cierto que la diferencia entre la idiotez y la inteligencia parece a veces difícil. Y también es cierto que mucha gente está agazapada, escondida tras la máscara que ha tenido que adoptar. Yo sólo soy yo cuando me pillo distraída.
El silencio no te pide nada y aún así logra que le des todo todo. Obligándote a mostrar las cartas. Aplastándote contra ti mismo. Te muestra la normalización de los compartimentos estancos. Te demuestra que, bueno, la gente a la que quieres se muere. O se va a vivir muy lejos. O está aquí pero le da la mano a otra. Es esta sensación de querer siempre que ocurra algo que no ocurre. Es como si la vida se hubiera vuelto corta, de pronto, y yo no la estuviera disfrutando. Y desde esta profunda tristeza, me descubro la mitad de las veces al espejo, pensando en algo, en alguien y sonriendo con una alegría un poco insultante. La verdad, al presente cada uno vuelve como puede. Y yo casi nunca. Hay que estar muy loco para tomarse a uno mismo en serio.

[ La mala de la película ]






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